Quiero agradecer a la Escuela de Valores haberme invitado a esta charla, en la que primero haré una aproximación a los valores y las virtudes en general, y después trataré en particular los principales valores y virtudes que se daban en el Dr. Gálvez Ginachero tal como se está acreditando en el proceso canónico de beatificación del que el Sr. Obispo me otorgó el honor de nombrarme Postulador.
Esta invitación me permite cumplir uno de los objetivos principales de la Asociación Pro-Beatificación, parte actora en el proceso canónico, cual es difundir por todos los medios posibles las virtudes humanas de D. José Gálvez Ginachero para fomentar en la sociedad un mejor conocimiento de su vida, de su obra y actitudes de mayor compromiso.
Considero además, y creo que coincido en ello con todos los presentes, que es necesario, preciso, e incluso diría que urgente, que todos colaboremos, cada uno en la medida de nuestras posibilidades, a concienciar a nuestra sociedad para que se dote con un entramado de Valores que permitan corregir el rumbo de crisis, desesperanza y egoísmo que viene caracterizando a nuestro tiempo.
Es verdad que no debemos ser pesimistas, ni alarmistas. En el cuerpo social de los países occidentales, y dentro de ellos el español, no todos los síntomas que observamos tienen la gravedad que pueden aparentar a primera vista: reconozcamos que los medios de comunicación, por ejemplo, generalmente destacan más aquellas noticias, o consideran tales, que son de carácter negativo, tremendista o incluso escandaloso.
Probablemente eso sea connatural a las características propias de los medios. Recuerdo que hace muchos años el periodista Tico Medina presentó un programa de televisión que se llamaba justamente «Las Buenas Noticias». Y recuerdo que el programa fue un fracaso, y que lo retiraron de inmediato porque casi no tenía audiencia.
Por éso no debemos desesperar, aunque la práctica totalidad de las noticias cada día nos hablen de un mundo en el que la Solidaridad, la Honradez, la Confianza, la Justicia o la Compasión han desaparecido entre atentados, violaciones múltiples, padres que asesinan a sus hijos y esposas, o niños rebuscando comida en la basura. Porque, aunque todo eso es cierto, gracias a Dios también lo es que millones de personas practican, movidos por ideales religiosos o simplemente humanos, el Amor hacia sus semejantes.
Por cada sucia violación, hay múltiples actos de limpio amor desinteresado; y cada atentado suicida lo compensan los cientos de miles, millones diría yo, actos de Bondad y Compasión que se producen cada día, desde los más humildes o sencillos hasta los más heroicos.
Y por eso no debemos ser pesimistas. Pero un sano realismo sí que nos avisa de que hay un gran peligro más allá de esos síntomas que nos muestran con vivos colores sangrientos los medios de comunicación.
RELATIVISMO
Me refiero al Relativismo. Ése anti-valor es a mi juicio el verdadero peligro.
¿Por qué lo considero peligroso? Porque es como un lobo disfrazado con piel de cordero. Se nos presenta envuelto en el ropaje del valor Tolerancia, y falsamente basado en el valor Libertad.
El relativismo dice: lo que cada uno considere justificado creer o hacer, depende sustancialmente de su propia disposición o de sus condiciones particulares de vida (su peculiar constitución, su tiempo y lugar, su cultura, su medio social, su forma de vida). Ya se quejaba Pascal de que «un meridiano decide la verdad… verdad a este lado de los Pirineos, error más allá«. O el famoso verso de Campoamor: «nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira«.
Esa ausencia de referencias ciertas, objetivas, hay que reconocer que permite en un principio flexibilizar las relaciones humanas, impidiendo que con conductas cerriles destruyamos la convivencia pacífica. Sin embargo, en los últimos tiempos el relativismo se ha hipertrofiado como un cáncer, y estamos llegando a lo que en expresión paradójica pero muy cierta se denomina «dictadura del relativismo«.
Este concepto sonó con mucha fuerza en la homilía «pro eligendo papam» del penúltimo cónclave, cuando el entonces todavía cardenal Ratzinger dijo que -cito- «el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos«.
Al escuchar esta homilía algunos se rasgaron las vestiduras y pusieron el grito en el cielo (permítanme estas expresiones).
Pero ¿por qué esa afirmación causó tanta conmoción? Porque el relativismo está fuertemente arraigado en nuestra mentalidad occidental. En nuestro tiempo, enfrentarse al relativismo es equivalente a ser intransigente, porque nadie tendría derecho a proponer firmemente una verdad sobre el hombre, ya que se parte de que la Verdad no existe.
Esa oposición al relativismo significaría también oponerse a la Democracia, pues como no existiría una verdad común sobre la conducta humana, cada uno puede hacer lo que desee y nadie puede calificar unas acciones como malas o como incorrectas. Será bueno o malo aquello que la mayoría decida que así lo sea.
Sin embargo, lejos de esclavizar las conciencias, con el concepto Verdad justamente se pretende liberar al hombre de hoy. No es intentar anclarse en el pasado, sino al contrario, desatar las cadenas presentes que comprometen el futuro del ser humano.
Si no existe una verdad sobre el hombre, no queda más remedio que recluirse en el concepto de lo útil. Y desde el punto de vista de la utilidad, el ser humano no pasa de ser una estadística, un efecto colateral, una pieza reemplazable: deja de ser Persona y se convierte en una Cosa.
Hay que partir de un principio, un punto de referencia: la capacidad natural del hombre para conocer la Verdad. Toda filosofía tiene como núcleo preguntarse «si el hombre puede conocer la verdad, las verdades fundamentales sobre sí mismo, sobre su origen y su futuro, o si vive en una penumbra que no es posible esclarecer» (decía Benedicto XVI).
Sólo si el hombre es capaz de conocer la Verdad, la propia existencia tiene sentido. Sólo si existe una Verdad sobre el ser humano, se puede respetar la Dignidad de cada persona.
Por eso, por considerar grandes sectores, o más bien, los sectores dominantes, que no existe la Verdad, nuestra cultura occidental ha caído en otro anti-valor, el Pragmatismo. «La cuestión no es la verdad, sino la praxis, el dominio de las cosas para nuestro provecho».
El relativismo se presenta como un liberador de todo dogmatismo, pero se convierte en un tirano, que transforma al hombre en un objeto manipulable: porque el ser humano queda a merced de quien ejerce el poder —ya sea religioso, intelectual o político— y no hay ninguna verdad que pueda protegerlo, ya que ni los derechos más básicos formarían parte de la verdad del hombre.
Es el pragmatismo: los derechos se conceden, y en la medida que se quieran otorgar, sólo si es para utilidad de los que mandan. (P. Valdés López). Y ahí podría entrar todo, desde la Vida hasta el Salario justo, desde la Intimidad hasta la Propiedad. No hace falta dar ejemplos de cómo los gobiernos de uno u otro color se permiten estirar los conceptos hasta lo inverosímil.
Sin embargo, si partimos de la idea tradicional de que sí existe la Verdad, y que el hombre puede y debe buscarla, podremos y deberemos crear un entramado de valores que constituyan para nosotros una referencia para su determinación concreta en cada caso particular, y al mismo tiempo un auxilio en el ejercicio cotidiano de dicha búsqueda.
Por cierto que la denuncia antedicha de la dictadura del relativismo ha sido suscrita expresamente por el papa Francisco: en Marzo manifestó, y no ante un auditorio cualquiera, sino ante el cuerpo diplomático acreditado ante el Vaticano, es decir, como un mensaje colectivo a todos los gobiernos del mundo, que, cito literalmente «la dictadura del relativismo crea una gran Pobreza espiritual» porque «deja a cada uno como medida de sí mismo y pone en gran peligro la Convivencia de los hombres«.
VALORES Y VIRTUDES
Yo no voy a entrar en la aproximación conceptual de los valores, su catálogo abierto o cerrado, ni su posible constitución jerárquica. Esos temas, que serían objeto específico de la Axiología, exceden tanto el objetivo de esta charla como mi propia formación, más orientada a lo jurídico que a lo filosófico. De modo que sólo me detendré en algunas reflexiones personales mientras gloso su formulación práctica en la vida del Dr. Gálvez, como se me ha encomendado.
Como saben, está abierta en la Diócesis de Málaga la Causa de Beatificación del Dr. Gálvez. En ella, por definición, la Iglesia jerárquica investiga el ejercicio heroico de las Virtudes por parte del prestigioso ginecólogo malagueño durante su vida terrena, en orden a determinar si consta con certeza moral que goza gracias a ello de la contemplación de Dios como parte de la iglesia triunfante, y a su vez proponerlo como modelo para las sucesivas generaciones de la iglesia peregrina.
Hablamos ahora de Virtudes, y antes hablábamos de Valores. Ya se sabe que la palabra «Virtud» parece que se ha quedado como obsoleta, anticuada, como de otra época.
Pero yo considero que debemos recuperarla, porque las Virtudes encarnan los Valores, y los ejercitan. Si no fuera así, sólo tendríamos un catálogo de valores teórico -o aún peor, hipócrita- con el que podríamos ir muy orgullosos y suficientes por el mundo, pero no seríamos nada creíbles para ese mundo. Es preciso ejercer los Valores si queremos que existan e iluminen nuestra sociedad.
Decía Santo Tomás que la virtud es un «hábito operativo bueno». O como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, es una «disposición habitual y firme a hacer el bien».
En este sentido digo que las Virtudes dan cuerpo práctico a los Valores, a los que presuponen. Tengan en cuenta que con ello no estoy en absoluto limitando al ámbito cristiano el ejercicio de los Valores, ni aún menos intento apropiarlos de modo exclusivista. Naturalmente que los que practican otras religiones, o los agnósticos, o los ateos pueden y deben aprehender los valores humanos, puesto que estos no los «inventa» la Iglesia, sino que están escritos en todos los corazones. Considero que los cristianos suscribimos todos y cada uno de los Valores auténticamente humanos, ya que nada de la doctrina cristiana puede por naturaleza ir contra el hombre sino todo lo contrario, siempre en pos de elevar su Dignidad.
Lo que sí quiero decir es que Gálvez, como católico, procuró en su vida ejercitar las Virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad) y las cardinales (Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza) siguiendo el modelo evangélico de Cristo, que las práctico con radicalidad y hasta el extremo.
Por tanto, ¿qué Valores guiaban a Gálvez, y qué Virtudes ejerció en la práctica?
CARIDAD
La Virtud más evidente, y cuyo reconocimiento unánime constituyó el impulso para que, a su muerte, miles y miles de malagueños acompañaran el cortejo fúnebre bajo una lluvia torrencial, fue la Caridad. Gálvez la ejerció durante toda su vida de modo incansable. Dentro y fuera de su ejercicio profesional. Dentro, dedicándose hasta la extenuación al servicio de los pobres, que eran sus enfermos del Hospital Civil. Allí trabajó incansablemente durante cincuenta y ocho años de su vida. De su sueldo, además, no cobraba un céntimo, pues su importe íntegro lo entregaba a las Hijas de la Caridad. Donó de su peculio particular grandes sumas de dinero para la construcción en ese mismo hospital de su gran quirófano general, del pabellón para los servicios de neuropsiquiatría y del servicio de radiología. A los pacientes que consideraba más especialmente necesitados, les citaba en su clínica particular y no sólo no les cobraba, aún les pagaba él mismo las medicinas. Por cierto que siempre procuraba que el dinero llegara a la mujer (madre, esposa o hija, según fuera el caso), no al hombre, porque conocía muy bien la psicología femenina y sabía que si lo hacía así el buen destino del dinero estaba asegurado.
Téngase en cuenta además que se preocupaba de que el dinero llegara a estas personas discretamente, para evitar al mismo tiempo la humillación del que recibía y la tentación de un posible envanecimiento.
Esto en el Hospital Civil, pero no podemos olvidar la ingente cantidad de dinero propio que derivó a la construcción y mantenimiento de la Casa de Salud de Santa Cristina en Madrid, institución absolutamente modélica en su época. Desde la distancia, han quedado menos datos de ello porque Gálvez lógicamente nunca se manifestó en este sentido, siguiendo el precepto evangélico de que la caridad que haga tu mano derecha no lo sepa la izquierda. Pero su sucesor en el cargo de Director de dicha Casa de Salud, y que había sido Subdirector con D. José Gálvez, el doctor Bourkaib, hablaba públicamente de su «generosidad inacabable«.
En fin, esto, como digo, dentro de su ámbito profesional propio, pero no digamos la labor gigantesca que realizó fuera: con su propio patrimonio, más la ayuda de la herencia de su esposa, pudo allegar medios para el Asilo de los Ángeles, el Seminario, los Salesianos, Conventos de Clausura, los terrenos del Ave María… a más de la época como Alcalde, que literalmente le costó el dinero.
Puede por tanto, y así está quedando de manifiesto en el proceso de beatificación, considerarse que Gálvez sufrió un auténtico y progresivo empobrecimiento.
Se advierte claramente una curva muy pronunciada en su patrimonio: él pertenecía a la clase media, a la burguesía acomodada malagueña, la que se enriqueció en la época de la Revolución Industrial. Su padre era hombre de confianza de Manuel Agustín Heredia, y posteriormente fue apoderado de dos de sus hijos. Quiere decirse que su estatus era acomodado. Y además está claro que los médicos de aquella época disfrutaban de un nivel socio-económico muy alto. Pero aún más, Gálvez se casó con María Moll Sanpelayo, una huérfana cuya herencia era tan cuantiosa que popularmente le llamaban «la niña de oro«.
Y sin embargo, Gálvez acaba, literalmente, con un sólo chaleco en el armario y sin apenas dinero en el banco. ¿Qué ha ocurrido? La Sensibilidad, la empatía de Gálvez hacia sus semejantes es tan enorme, su sensibilidad a los que sufren -y él está viendo que sufren, sobre todo en aquellas épocas en que no existían más que embriones de los modernos servicios sociales- le lleva a irse desprendiendo poco a poco de todo, compartiéndolo con los demás. Una de las frases de su Cuaderno de Notas, que se conserva en la Causa de Beatificación, escrito entre 1930 y 1936, una de las frases, parafraseando a Mateo 6, dice literalmente:
–Atesora en el cielo, que es donde debes ir y donde nada se pierde. Todo lo de la tierra has de dejar.
Es una de las muchas frases dedicadas a esta virtud de la Caridad. Otras son:
-Trata a todos con caridad, empezando por los pequeños y pobres.
– Sea Dios tu primero y mayor amor. Ejercita la caridad.
– Paciencia. Humildad. Sobre todo caridad.
Son pequeños auto-recordatorios que escribía con su letra ágil y cursiva para tener siempre presente que debía desprenderse de lo material.
Desde luego, puedo afirmar que estas frases no se quedaron en meros propósitos. Pero voy a ahondar un poco más. Como decía antes, las Virtudes encarnan los Valores, y los presuponen. No hay que pensar que Gálvez realizaba estos actos de Caridad como un cumplimiento mecánico y abstruso de una recomendación eclesiástica. El fundamento de la Caridad, del Amor en definitiva, no fue en Gálvez, ni debe ser en nadie, a costa o mermando la Justicia, que es al mismo tiempo un Valor como concepto y una Virtud como hábito.
Sobre este particular hay que ser claros, porque una confusión, aunque sea bienintencionada, lleva en nuestros días a algunos sectores a criticar por ejemplo la labor de Cáritas como contraria a la dignidad de aquellos a quienes favorece.
Este tema Gálvez lo tuvo siempre muy claro, y el concepto aparece hoy día muy bien expuesto en la encíclica Deus Caritas Est de Benedicto XVI.
Ya desde el siglo XIX había objeciones contra la actividad caritativa de la Iglesia, sobre todo desde el pensamiento marxista.
El marxismo dice: “los pobres no necesitan Caridad, sino Justicia. Las obras de caridad realmente son un modo para que los ricos eludan la instauración de la Justicia y acallen su conciencia, conservando su propia posición social y despojando a los pobres de sus derechos. De manera que en vez de contribuir con obras aisladas de caridad a mantener las condiciones existentes, haría falta crear un orden justo, en el que todos reciban su parte de los bienes del mundo y, por lo tanto, no necesiten ya las obras de caridad”.
Esto es lo que dice el marxismo.
Este argumento es aparentemente válido, y tiene bastante de verdad, pero encierra también errores. Es cierto que el Estado debe perseguir la Justicia y que el objetivo de un orden social justo es garantizar a cada uno su parte de los bienes comunes. Esto por otra parte ya lo había dicho y lo dice la Doctrina Social de la Iglesia.
Pero el planteamiento marxista de la Revolución mundial como panacea para los problemas sociales (mediante la revolución y la consiguiente colectivización de los medios de producción todo sería repentinamente de modo diferente y mejor) es un sueño que se ha desvanecido, y su experiencia práctica durante el pasado siglo ha demostrado cumplidamente su inutilidad, cuando no su peligro.
Un planteamiento a mi juicio más correcto y al propio tiempo realista es el que se basa en las siguientes premisas, que igualmente expone la encíclica citada:
a) El orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política. Como decía San Agustín, un Estado que no se rija según la justicia se reduce a una gran banda de ladrones: «Remota itaque iustitia quid sunt regna nisi magna latrocinia?» (De Civitate Dei, IV, 4).
La Justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda Política. La Política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos: su origen y su meta están precisamente en la Justicia, y ésta es de naturaleza ética. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la Política.
b) El Amor —Caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del Amor. Siempre habrá sufrimiento, de un orden o de otro, que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo. El Estado que quiera proveer a todo, que absorba todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido —cualquier ser humano— necesita: una entrañable atención personal. La afirmación según la cual las estructuras justas harían superfluas las obras de caridad, esconde una reduccionista concepción materialista del hombre: el prejuicio de que el hombre vive «sólo de pan» (Mt. 4, 4), una concepción que degrada al hombre e ignora precisamente lo más específicamente humano.
En definitiva, la Caridad que ejerció Gálvez Ginachero no era un modo de perpetuar estructuras sociales injustas, sino al contrario, expresión amorosa de una gran Sensibilidad, de una gran empatía, necesaria en la época de D. José y también en la nuestra, y que presupone valores como Justicia, Solidaridad, Igualdad, Dignidad Humana o Generosidad.
FIDELIDAD
Igualmente podemos detectar a lo largo de la vida de D. José Gálvez Ginachero otros valores que presidieron su esforzada existencia.
Así por ejemplo, la Fidelidad, que podemos considerar en dos grandes ámbitos:
-en primer lugar, dentro de la esfera familiar. Él fue un hijo, esposo y padre ejemplar. Respecto de su madre, respetaba muchísimo su opinión, hasta el punto de que fue por sus consejos por lo que Gálvez optó primero por la medicina en vez de por el sacerdocio, y después por la especialidad de ginecólogo en vez de la de otorrino. Su madre, una persona muy sensible, le había hecho ver la cantidad tan enorme de mujeres que morían durante o tras el parto, y así D. José enfocó su quehacer profesional en esta dirección, llegando a ser un práctico fuera de serie. En el aspecto del matrimonio, ya he dicho que se casó con Dª María Moll, que fue para él la compañera ejemplar puesto que derivó como he comentado gran parte de su propia herencia también en obras de caridad. Tuvieron tres hijos, Carmen, Josefina y José. D. José Gálvez, y en este aspecto tenemos en la causa el testimonio de sus nietas, era un hombre muy cariñoso y al mismo tiempo muy respetable, preocupándose de que en su familia se guardara la moral estrictamente.
Por tanto, Fidelidad en el aspecto familiar, pero también,
-en segundo lugar, dentro del ámbito profesional. D. José como médico prestigioso tuvo incontables oportunidades de “medrar” profesionalmente, sólo hay que pensar en las óptimas relaciones que guardaba con la Casa Real y particularmente con la Reina Madre María Cristina, con la que co-fundó la Casa de Salud de Madrid. Pues bien, él iba y venía sin cesar de Málaga a Madrid en una época, estamos hablando de principios del siglo XX, donde no tengo que señalar las grandísimas dificultades en las comunicaciones. ¿No hubiera sido una tentación irresistible quedarse y establecerse en la Corte y dedicarse a la élite? De hecho se le ofreció la oportunidad, y al mismo tiempo la excusa perfecta con su nombramiento en 1924 de Director de la Casa de Salud.
Sin embargo, en vez de trasladarse a Madrid, fue fiel a su Hospital Civil y fiel a sus enfermos pobres, dedicando a Málaga todo su saber y su buen hacer. Con tal de poder atender ambas instituciones, la Casa de Salud de Madrid y el Hospital Civil de Málaga, llegó incluso a sufrir un accidente, pues en una ocasión al perder el tren a Madrid lo persiguió con su coche a toda velocidad para intentar cogerlo en la siguiente estación, perdiendo el control del automóvil y volcando en una curva; percance del que afortunadamente resultó ileso.
CONSTANCIA
Otro gran valor o cualidad en que destacó especialmente Gálvez, fue la Constancia. Es evidente que la clave en cualquier empresa humana, individual o colectiva, es la Constancia, el Tesón, la Perseverancia.
Justamente en la época actual en la que todo lo queremos conseguir rápidamente y sin esfuerzo, es especialmente interesante recordar este gran valor. Cuántas veces nos encontramos con personas que manifiestan su derrota aún antes de haber comenzado la lucha, o inmediatamente tiran la toalla.
Es evidente que estas personas difícilmente conseguirán llegar a una meta elevada, porque a la primera dificultad dejarán de esforzarse.
Sin embargo, ¿por qué Gálvez consiguió grandes éxitos y logros, tanto en lo profesional como en lo personal?
¿Era más inteligente que sus contemporáneos, estaba adornado de cualidades singulares, Dios le había otorgado especiales gracias? No, realmente el gran secreto de su vida fue su formidable Constancia. Su Tesón inquebrantable. Él escribió en su Cuaderno por ejemplo: «Piensa bien en qué es lo que dejas de hacer por negligencia, por pereza o por cobardía, y proponte arreglarlo«. O también: «no dejes nada bueno que hayas empezado; pídele al Señor constancia«. O «haz tu oficio, y haces lo bastante«. Pero siempre, como cristiano, consciente de dónde provienen las fuerzas. Decía: «al empezar una obra buena, has de tener una confianza absoluta, no en tus fuerzas, sino en la ayuda de Dios. Propósito: hacer en cada hora, lo que dé mayor gloria a Dios y mayor bien a tu alma. Intensificar las atenciones». «Ser más decidido y firme en las buenas resoluciones.» Son citas de su diario.
Y todo ésto no se quedó simplemente en un Cuaderno de Notas. Fue llevado a la práctica día a día, mes tras mes, año tras año. Y la cosecha fue abundante, abundantísima: Los libros del Hospital Civil acreditaron 150.000 visitas en su haber. Medalla al Trabajo, Cruz de la Beneficencia, Cruz del Mérito Militar, Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio… Pero sobre todo, el reconocimiento, la gratitud de sus contemporáneos. En su discurso de agradecimiento por la concesión de la Cruz de la Beneficencia, pocos años antes de su muerte, dijo «Jamás me pareció penoso el trabajo, pues cuando se hace por vocación, nunca produce cansancio y sí felicidad y motivos de gozo. Entre las mayores satisfacciones que obtuve en mi vida profesional, aparte de salvar vidas y curar dolencias, cuenta en primerísimo lugar la dicha recibida con la gratitud de los enfermos, que a veces es extraordinaria, cuando no conmovedora».
FORTALEZA
Y relacionado íntimamente con el valor de la Constancia, también quiero destacar en el Dr. Gálvez la Fortaleza.
En efecto, en su Cuaderno de Notas, Gálvez hace múltiples referencias a la Fortaleza, especialmente necesaria y presente en su vida justamente en los momentos difíciles en que lo escribió, años 30-36. En esa época, en lo personal, fallece su esposa, año 1934, el Hospital sufre un gran intervencionismo político, y él incluso es detenido, con riesgo de su propia vida, en dos ocasiones, años 1932 y 1936. La primera, tras la Sanjurjada, acusado injustamente de colaboracionismo golpista, es detenido por orden del gobernador civil de la época y puesto en libertad por la presión popular, especialmente por la intervención decisiva de dos leprosos, los llamados el Niño y el Negro, que escaparon del pabellón del Hospital Civil para intimidar a la población y al propio gobernador con su aspecto pavoroso.
Estos leprosos tenían en grandísima estima a Gálvez, que acudía semanalmente a escuchar misa con ellos, les limpiaba y curaba personalmente las heridas y las llagas, les llevaba cigarrillos y obsequios, y sobre todo les entregaba su compañía, que era de lo que más necesidad tenían estas personas, los leprosos, que desde el principio de los tiempos han sentido generar a su paso el horror y han sufrido secularmente el aislamiento forzado.
Una segunda vez fue detenido en los Salesianos, donde un comando anarquista le interrogó por si era un «parásito social«. El les contestó que no, que al revés, trabajaba más que ellos, que tenían sus horas fijas de descanso, mientras que él, a cualquier hora del día o de la noche tenía que atender a las parturientas, y probablemente habría traído al mundo a ellos mismos, los que le habían detenido. Inmediatamente fue liberado, también por presión sobre todo de las milicianas, que desde que estalló la guerra le escoltaban para protegerle de sus propios camaradas desde su casa al Hospital.
Pues bien, como digo, en esta época de grandes sufrimientos, Gálvez mantiene la Serenidad y continúa impertérrito su labor de auxilio profesional y humano hacia todos, sin distinción de clase, ideología política, etc. Cuando regresó a su casa tras la primera de las detenciones, lo que escribió en su Cuaderno fue:
–Acostúmbrate a llevar con buen ánimo las pequeñas mortificaciones de la vida.
«Pequeñas» mortificaciones. Después fue secuestrada su hija. Tras estallar la Guerra Civil, como su yerno Carlos Haya actuaba en el bando nacional como piloto de guerra, el gobierno republicano derrotado, tras la entrada de las tropas italianas en Málaga se llevó a su hija Josefina Gálvez, la esposa de Carlos Haya, para negociar con ella como rehén. El trato era que Carlos Haya desertara y marchara a Gibraltar, en cuyo caso su esposa, la hija de Gálvez, sería liberada en un puerto del África francesa. El episodio se resolvió, tras duras negociaciones a varias bandas (el gobierno de Franco, el Foreign Office inglés…), después de un conato de fusilamiento a Josefina resuelto al final en una brutal paliza, y después de la muerte de uno de sus hijos, en el intercambio entre Josefina y el escritor entonces comunista Arthur Koestler.
Volviendo al hilo de Don José Gálvez, durante todo este terrible período, Gálvez, que ya era para la época un hombre mayor, de más de 70 años, continuó su labor diaria en el Hospital y su labor caritativa. Y tras la entrada en Málaga de las tropas fascistas, compareció innumerables veces en la Audiencia como testigo de descargo de los republicanos que estaban siendo represaliados.
¿Qué significa ésto? Significa que ejerció la Fortaleza para poder sobrellevar sin desesperación aquellos años dramáticos.
Y presupone un esquema de Valores sólidamente implantado en su corazón. Un esquema en el que destacan la capacidad de Sacrificio, la Lealtad a los principios y el amor a la Verdad, sustentados todos ellos por la Esperanza.
ALEGRIA
Quiero acabar glosando un valor que no es especialmente conocido en Gálvez, pero que también le caracterizó. Su Alegría. Yo creo además que es un valor especialmente necesario para los hombres y mujeres de hoy. En su primera homilía en la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil, el papa Francisco propuso a los jóvenes de hoy tres sencillas actitudes: mantener la Esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con Alegría.
La Alegría, que debe ser consustancial al cristiano, es en todo caso un valor a propugnar y proteger. José Gálvez Ginachero, con todos sus dramas y dificultades, nunca perdió la Alegría.
Así lo destacó en el discurso que he citado antes, cuando le concedieron la Cruz de Beneficencia. Dijo que había tenido «Una vida dilatada, llena de trabajos y dificultades, pero que con la divina protección y el afecto de mis compañeros he llevado con alegría».
Incluso, en muchas ocasiones, con sentido del Humor, el cual también es un valor importante, como nos decía el escritor Jardiel Poncela en su divertida comedia «Amor se escribe sin H».
Es conocida la anécdota de lo que opinaba Gálvez de sus dos yernos, los dos aviadores Carlos Haya y García-Morato, de quienes decía que «habían «planeado» muy bien al casarse con sus hijas«. O cuando, como era una gran admirador de Cervantes, a aquellas embarazadas que estaban sanas pero que eran tan hipocondriacas y melindrosas que siempre se desplazaban muy despacio y con mucho cuidado, él les diagnosticaba muy serio que padecían el «síndrome del Licenciado Vidriera«.
Pero sobre todo, y ya con esto termino, insisto, la Alegría, como actitud vital y positiva. Como corolario para su Caridad con los malagueños y malagueñas de su tiempo. Como expresión de su Fidelidad a su familia y a su profesión. Como alimento para su Constancia. Como combustible para su Fortaleza.
Don José Gálvez Ginachero, el médico que se caracterizó por su Caridad, su Fidelidad, su Fortaleza y su Constancia, en su Cuaderno de Notas, lo explicaba lacónicamente, como él solía hablar, de este modo:
-«Si tratas mucho con Dios, Dios te dará la Alegría».
Muchas gracias.