Porfirio Smerdou (1905-2002) era Cónsul honorario de México en Málaga en tiempos de la II República. Cuando estalló la guerra civil, Smerdou acogió en el consulado de México, Villa Maya (y en el de Argentina, tras la huída de su cónsul), a grupos de personas que temían por su vida, facilitándoles luego la huida a Gibraltar.
Tras la entrada de los «nacionales» en Málaga, el 8 de febrero de 1937, seis miembros de Izquierda Republicana, amigos de Smerdou, se refugiaron a su vez en el consulado argentino. Esta vez fue el Dr. Gálvez quien les libró de las represalias, posiblemente de la muerte. Así lo relata Diego Carcedo en su novela sobre Smerdou «El Schindler de la guerra civil«:
«Gálvez era un hombre liberal y campechano que un tiempo atrás había recurrido a Smerdou para que intercediese ante el gobernador por su hija, detenida en la prisión de mujeres por ser la esposa del piloto militar Carlos Haya, quien había sido sorprendido por la rebelión militar en la zona nacionalista. La mujer había sido puesta en libertad y el entonces cónsul de México se ofreció para llevarla a su casa donde ya vería forma de hacerle un hueco. Pero el doctor Gálvez no lo consideró necesario. Smerdou observó unos instantes la placa de la clínica, recordó la última conversación que había mantenido con su propietario, y en uno de esos impulsos instintivos que le habían sacado de los atolladeros, se decidió a entrar.
-¿Qué tal, Smerdou? -le saludó con gran efusividad el médico-. Parece que por fin las cosas van a normalizarse, ¿verdad?…
Conversaron de pie, el doctor Gálvez vestido con la bata blanca de la consulta, a la puerta del paritorio.
-Mucho hay que agradecerle, Smerdou -dijo el doctor-. Espero que se lo reconozcan y le ayuden enseguida a reorganizar su vida. ¿Se arregla lo de su cargo?
Gálvez inspiraba fiabilidad y transmitía confianza. Smerdou hablaba con él sin poder apartar de su mente a los republicanos que tenía escondidos en el consulado de Argentina. Sería terrible que los localizasen, cosa por otra parte bastante fácil, y que fueran fusilados. Titubeó un momento, y en pocas palabras hizo al médico cómplice de sus tribulaciones. Gálvez escuchó sin pestañear el relato, se quedó un instante pensativo y rápidamente respondió:
-Vamos a intentar arreglarlo. Tengo aquí mucho sitio y puedo habilitarles una sala para que se oculten unos días. Voy a mandar una ambulancia con camilleros de confianza para que los recojan. Haga que se vistan de pijamas de clínica y mándemelos como parturientas.»
Y así fue. Gálvez les ocultó en su clínica, a pesar del grave riesgo que aquéllo le supuso, durante once días hasta que los republicanos pudieron ponerse a salvo. En su Cuaderno de Notas, había escrito:
«Practica la caridad con todos. Aprovecha las ocasiones de tu profesión para ejercitar los buenos propósitos. ¿Qué puede temer aquel a quien Dios ama?»