Reproducimos por su interés el ensayo de D. José Manuel Leonés «La obra social del Dr. Gálvez Ginachero y el pensamiento de Concepción Arenal», que fue premiado en el II Certamen Málaga Social organizado por el Excmo. Colegio Oficial de Graduados Sociales de Málaga y Melilla en 2009. Agradecemos a D. José Manuel su amabilidad en permitirnos reproducir su interesante ensayo en el que pone en relación el pensamiento de la socióloga y jurista gallega con la obra del ilustre ginecólogo malagueño. D. José Manuel Leonés Salido es Licenciado en Derecho por la Universidad de Málaga, profesor del Departamento de Derecho Privado Especial y ejerce como Letrado de la Administración de la Seguridad Social de Málaga.
INTRODUCCIÓN
Para la inmensa mayoría, el paso del tiempo representa el olvido. Para unos pocos escogidos, un eterno recuerdo. Me refiero a la de aquellos que pertenecen a la única aristocracia que reconozco: la de los «hombres buenos». Esos que han alcanzado un Olimpo imposible, un panteón inmaterial, más allá del eco de los clarines o del «triunfo romano» en la colina del Capitolio.
No ha sido difícil encontrar en una persona la doble cualidad de ser malagueño egregio y hombre socialmente comprometido a la vez y, con ello, responder a la temática de la «Málaga Social» con que se proyecta este Certamen de Ensayo convocado por el Colegio Oficial de Graduados Sociales de Málaga en su edición de 2008. José Gálvez Ginachero (1866-1952), a mi juicio, encaja como anillo al dedo entre estos irrepetibles seres humanos que se vincularon a Málaga desde una posición ética, religiosa y, por supuesto, social. A este último extremo voy a dedicar estas líneas, intentando que no se reduzcan solamente a un panegírico «post scriptum» (sin lugar a dudas merecido) del genial ginecólogo malagueño. La perspectiva con que quiero enfocar este ensayo es la de conectar la obra social de Gálvez con el pensamiento y las ideas de Concepción Arenal (1820-i893), una extraordinaria mujer de profundas convicciones éticas y teórica de un feminismo que, en la actualidad, parece postergado. Aunque no fueron contemporáneos (pues la socióloga viguesa falleció cuando Gálvez contaba con veintisiete años), muchas de las ideas que escribió en un cautivador ensayo titulado: «La Beneficencia, La filantropía y La Caridad», fueron llevadas a la práctica por nuestro paisano ilustre, que dicho sea de paso, no dejó escrita ni una sola obra. Seguramente porque, la mayor de todas, ya la había realizado a lo largo de toda su vida habiendo tratado a más de 200.000 personas y completado infinidad de fichas clínicas, sin contar las miles a las que ayudó con su propio patrimonio o desde las instituciones que tan dignamente representó, ya fuera la Alcaldía de Málaga, ya fuera el Colegio de Médicos, entre otras muchas que sería tedioso enumerar.
A mayor abundamiento cabe decir que la personalidad de Gálvez era muy introvertida, fruto de su intensa vida interior, lo que le hacía ser bastante lacónico en sus respuestas. Así lo describe Gustavo García Herrera, su mayor biógrafo, que llega a recoger importantes anécdotas de determinados actos públicos a los que tenía que asistir por razón de su cargo y en los que algunos de los invitados decía: «Estuve con José Gálvez, incluso hablé con él». (…)
En absoluto es mi propósito inmiscuirme en la causa de su beatificación (…) Vuelvo a insistir que deseo conectar su obra social con las ideas que Arenal, desde otra concepción -no muy lejana a la suya en el espacio y en el tiempo- puso de manifiesto en el ensayo referido anteriormente. Ambos vienen a representar, desde mi punto de vista, el germen de la «asistencia social» en España y las bases sobre las que, algo más tarde, conoceremos como La Seguridad Social complementaria. Pues no debe creerse que los seguros sociales fueron sólo un invento exclusivo del «canciller de hierro» Bismarck. Tampoco con el hecho de que la Seguridad Social sea solamente contributiva, pues Beveridge dió un paso más adelante convirtiéndola en asistencial.
Trataré primero de la realidad social del tiempo en que vivió nuestro personaje. Pasaré a continuación sobre el análisis de algunos de los aspectos del ensayo de Concepción Arenal que le llevó a entrar en la Academia de Ciencias Morales y Políticas y finalmente intentaré sustraer algunas notas más sobresalientes del libro de García Herrera que, desde mi punto de vista, tienen un marcado matiz social. Quiero prescindir, deliberadamente, de aquellos detalles minuciosos sobre su vida, ya que no constituyen el objeto de este trabajo.
Solamente tener en cuenta aquellos que vengan a servir a la finalidad pretendida desde el principio que no es otra que hacer coincidir las ideas de una pensadora con la práctica de la vida de un hombre egregio por sus acciones benefactoras hacia sus semejantes.
La coincidencia no es fruto sólo del azar. También puede entenderse como el clima de opinión dominante entre las gentes que vivieron a caballo de los dos siglos XIX y XX y que con sus escritos o acciones tenían, sin lugar a dudas, una visión transformadora de la realidad, lejos de las encorsetadas ideologías en boga o de la adscripción a grupos de uno u otro signo, interés que han tenido siempre los que gustan de poner etiquetas a los demás. Este no es nuestro caso.
LA REALIDAD SOCIAL DEL TIEMPO DE GÁLVEZ
Comenzaré mi exposición dando unas pinceladas sobre la Málaga de principios del siglo XX, en particular del primer tercio. Debemos hacer una radiografía de la realidad social del tiempo en el que vivió nuestro personaje, utilizando la expresión del liberal Código Civil. Sólo de esta manera, podremos comprender la dimensión exacta de su labor social, que servirá para valorar «contextualmente» lo que dijimos al principio, esto es, su dimensión humana, esa que le aproxima a un personaje real y de leyenda al mismo tiempo.
Un poco antes del comienzo del siglo, hacia 1883, el canciller alemán Otto von Bismarck favorecerá una legislación social única en Europa. Creará el seguro de enfermedad, el de accidentes, el de vejez y el de invalidez. Había puesto la primera piedra de la Seguridad Social en el mundo. Hacia 1900 la población española supera los dieciocho millones de habitantes, es decir, solo tres millones más que cuarenta años atrás. España crece a paso de tortuga. Es el año en que se firma la primera ley de Seguridad Social: la ley de Accidentes de Trabajo de Eduardo Dato, que moriría asesinado veintiún años más tarde. 1900 es también el año en que se hunde la fragata alemana Gneisenau en las costas de nuestra ciudad y tras muchas horas de esfuerzos, heridos y extenuados que dejan días de luto en nuestra tierra, Málaga entera demostró su generosidad y heroísmo contribuyendo al salvamento de los supervivientes que tuvieron cabida en la antigua Casa Capitular del Convento de San Agustín, el desaparecido Cuartel de Levante y el Hospital Noble. El Gobierno alemán, a través del kaiser Guillermo II, expresó su reconocido agradecimiento a Málaga dotando al Hospital Provincial de Málaga de un laboratorio de análisis clínicos de lo más completo en aquellos momentos. Aún duró la generosidad para con nuestros paisanos, pues en 1907, a raíz de las inundaciones del Guadalmedina, que sumieron en la miseria a gran parte de nuestra ciudad, el kaiser regaló a Málaga un puente de hierro, el de «Santo Domingo», conocido siempre como el de «los alemanes» en memoria del comportamiento con el Gneisenau.
Al año siguiente, un incendio destruye en la calle de Liborio García «El Conventico», muriendo el escultor malagueño Enrique Cubero y perdiendo la vida un miembro de la Cruz Roja. Se concede en 1906 el Premio Nobel de Medicina a Ramón y Cajal. Existe, pese a tantas desgracias, un revulsivo de leyes sociales. No obstante este «risorgimento» de la ciencia y de la protección social en el mundo, las condiciones de salud de la población española no son nada buenas, más bien lamentables. Mueren en España, iniciado el siglo XX, medio millón de personas, al menos 50.000 de tuberculosis, de los que hay en ese momento 500.000 enfermos. Cada doce meses perdían la vida 200.000 niños que no habían llegado a cumplir los 5 años de edad y la fiebre tifoidea y la viruela-erradicadas en otros países-cundían en España como en un país subdesarrollado. La epidemia de gripe se cobra en Málaga, en el trágico año de 1918, 1500 víctimas, la cifra mayor de todo el país. Resulta curioso que en los anales históricos se la denomine «gripe española». Nuestra ciudad está, curiosamente, a la cabeza del país en la tasa de defunciones a causa de la falta de higiene sanitaria. Por la falta de atención y cuidados de las embarazadas, nacen muertos y mueren antes de las 24 horas de haber nacido más de 300 niños al año en 1921. España sólo cuenta con una anacrónica ley de Sanidad de 1855 (reformada por una instrucción de 1904) que no sirvió para paliar el deterioro progresivo de la salud de los españoles ni de nuestros paisanos, pues no puede hablarse con exactitud de un Sistema Nacional de Salud. La Federación Nacional de los Colegios de Médicos eleva una protesta a la Organización Sanitaria de de España en 1923. La Sanidad Pública, según esa queja, no existía en nuestro país. En 1921, el cadí de Melilla, Abd-el-Krim se subleva en el RIF y se produce una catastrófica derrota en Annual en julio de ese mismo año, muriendo más de 20 000 españoles y triplicándose el número de heridos, muchos de los cuales fueron atendidos y acogidos en nuestra ciudad con el auspicio de Gálvez Ginachero. A este respecto es necesario reseñar la concesión por el rey Alfonso XIII al Dr. Gálvez de la Gran Cruz del Mérito Militar para premiar su humanitaria labor en pro de los heridos y enfermos del Ejército de Melilla. Málaga entera respondió como era de esperar a esta iniciativa y el mismo gobernador, General Cano, propuso dar una entusiasta ovación a quien había proporcionado momentos tan felices para la ciudad. Según señala García Herrera, los hospitales de Málaga veían aumentada su población doliente en notables proporciones, pues su proximidad a las plazas africanas hacía de nuestra ciudad una base de fácil evacuación para heridos y enfermos.
Para cuidar de la salud de los pacientes el Ayuntamiento tenía dispuesto un servicio de Beneficencia consistente en cuatro Casas de Socorro con capacidad para atender a 50.000 personas, una farmacia y un laboratorio. Según consta en el Colegio de Médicos, en el año 1923 trabajaban en Málaga capital 116 facultativos, cuyas quejas no sólo estaban basadas en los bajos sueldos, sino también en el intrusismo profesional de practicantes, farmacéuticos y mancebos. Las juntas de Gobierno del Colegio de Médicos tenían siempre como orden del día este tipo de quejas. No menor fue el desastre que asoló Málaga en 1907 con las inundaciones del río Guadalmedina, cuyas aguas cubrieron el Perchel y la Trinidad. El rey Alfonso XIII, acompañado del primer ministro Antonio Maura, visita la ciudad quedando estupefacto por la dimensión del desastre, hasta tal punto que entrega graciablemente al gobernador civil 8000 pesetas y Maura 10.000 pesetas en nombre del gobierno de la Nación. Las primeras indemnizaciones graciables comienzan a darse en nuestra ciudad. Málaga sigue siendo una ciudad con mucha pobreza, que se manifiesta en sus propios festejos (la actual feria de agosto). Resulta curioso que la Junta de Festejos quedase autorizada para rebajar las 3. 000 pesetas que se daban a los toreros (entonces Vicente Pastor, Bombita, Machaquito o el Gallo) si a juicio de ella y del gran público reunido en la plaza, la labor del diestro resultase muy deficiente, pagándose sólo al final de la corrida y no antes. Contratos así no los firmaría, en la actualidad, ni el torero más mediocre. El general Primo de Rivera el 13 de septiembre de 1923 da un golpe de Estado y suspende la Constitución existente de 1876. A pesar de una inicial contestación obrera, integraría el dictador a algunos líderes sindicales como Largo Caballero (que acabó siendo representante obrero en el Consejo de Estado) y a miembros de la UGT dentro del régimen, muchos de los cuales aplaudieron sus reformas sociales y obras públicas, aunque también fueron contestadas por otro sector del sindicalismo español, encabezados por Indalecio Prieto. Curiosamente sus enemigos no estaban tanto en el movimiento obrero, como en el catalanismo. «El cirujano de hierro» no tiene a toda la intelectualidad en contra. Pues si bien Unamuno y Ortega son desterrados de sus cátedras, Pemán y Maeztu acaban colaborando con el régimen.
La dictadura de Primo de Rivera trajo unos años de bonanza económica para Málaga. Empezaron a surgir algunas industrias que vinieron a paliar el paro en la ciudad. Se inauguró la fábrica de ácido sulfúrico de San Carlos. En marzo de 1923 se abre la fábrica de curtidos de piel en Calle Salamanca, poniéndose la primera piedra de la fábrica de Tabacos y la sede de Correos. Se inicia una campaña de reparto de ropas en lo que se denominan «Roperos», en particular el de Santa Victoria en el barrio de Huelin, cuyas previsiones superaron todo pronóstico gracias a la labor altruista de la esposa del ex-senador y potentado malagueño. Félix Sáenz. En el año 1923, el Ayuntamiento saca a concurso el establecimiento y explotación de líneas regulares de ómnibus para el servicio público de la ciudad durante un plazo de 20 años. Se establecieron seis líneas, llegando la más lejana a Miraflores del Palo y el Puerto de la Torre. El 17 de agosto de 1924 se inauguró con gran éxito, la Exposición y Feria de Muestras de Málaga, anticipándose a la Exposición Universal de Barcelona de 1929 y a la iberoamericana de Sevilla. Ese mismo año la División Hidráulica del Sur de España aprobó el proyecto de obras complementarias de defensa de Málaga contra las inundaciones de los Arroyos de los Ángeles, Virreina y Pescador por un valor sensiblemente inferior al medio millón de pesetas. El 25 de junio de 1924, Primo de Rivera visitó los terrenos del nuevo campamento, fábrica, hospitales y el pantano de El Chorro, comprometiéndose a enviar a Málaga una guarnición de 6000 soldados, un reformatorio, edificios escolares y la reactivación del Puente de la Aurora.
Podemos señalar dos grandes problemas que acuciaban a los políticos de la época: de un lado, el establecimiento de reglamentos de Higiene en los Ayuntamientos. De otro lado, la implantación del seguro social para toda la población.
La Instrucción General de Sanidad de 1904 había establecido la obligación para los Ayuntamientos de dictar Reglamentos de Higiene en los que se detallarían los deberes y funciones de las autoridades locales. Posteriormente, en 1910 se aprobaron unas bases para la redacción de los Reglamentos que sólo sirvieron para limitar las iniciativas de las Corporaciones locales y centralizar las normativas sanitarias. Con el Reglamento Municipal de Sanidad de 1925 se estatalizan los reglamentos sanitarios y se pone de manifiesto la debilidad del sistema sanitario español, pues la mencionada norma reconocía que sería lógico que los Ayuntamientos organizasen el sistema sanitario de su término municipal, pero este ideal era un deseo imposible por el atraso que sufrían los Ayuntamientos en general en materia de higiene y Salud y porque el Estado no podía desentenderse de una labor de vigilancia de la salud y de intervención en el régimen sanitario de los municipios.
Es cierto que durante el régimen «primoriverista» existía una profusa preocupación normativa en materia sanitaria, pero ésta chocaba con una realidad cuyo tejido sanitario no había hecho más que empezar. A pesar de todo se crea la escuela Nacional de Sanidad (1924), la de Puericultura (1923), la Comisión de lucha contra el Tracoma (1927), etc.
El 28 de marzo de 1925, Teresa Aspiazu presentó al Ayuntamiento una moción referente a la construcción de una escuela de Anormales, pidiendo que se solicitase su creación al Ministerio de Instrucción Pública. Dicha moción fue aprobada y se ofreció al Estado los terrenos necesarios para su construcción.
Por otro lado, la implantación del seguro social en España se mira con un relativo entusiasmo por los médicos. Quizás por la inevitable burocratización que traería consigo. No obstante, estando en estudio por los organismos ministeriales el proyecto de seguro de enfermedad, Maternidad e Invalidez, Gálvez nombra una Comisión para que se estudie el proyecto y redacte una ponencia al efecto. El caciquismo aún existía en la España de las tres primeras décadas y su denuncia por la Federación Nacional de Colegios Médicos es evidente. En la queja hacia la dirección General de la Organización Sanitaria se pone de manifiesto de una manera muy gráfica y expresiva que no me resisto a dejar de transcribir: «De esta manera hiciéronse estériles las sanas iniciativas de aquellos sufridos funcionarios porque hubieron de oponerse a consagrados abusos de autooligarcas pueblerinos y ora resultaba imposible clausurar un lavadero que, propiedad del alcalde, hallábase situado aguas arriba de las consumidas por el vecindario o se multiplican las plantaciones de arroz fuera del coto, pese a las repetidas protestas del médico y a los clamores que acusaba una espantosa difusión del paludismo, ora se construían cementerios contra el informe del perito sobre parcelas batidas por los vientos reinantes en dirección a los poblados o se suspendía la vacunación donde existía la viruela. Y ello, excelentísimo Sr. había de ser tolerado por los profesores o habían de resignarse a no percibir el importe de sus titulares mientras los mandarines rurales dispusieran de los municipios, colocándoles ante tal problema en la vergonzosa y triste disyuntiva de perder el pan de sus hijos o de faltar al sacratísimo deber impuesto por la noble profesión que ejercen (….) «La Sanidad Pública no existe en nuestro país, ocasionando su ausencia una aterradora cifra de mortalidad, un descenso de la natalidad y una evidente causa de degeneración. Aunque la situación higiénico-sanitaria de la provincia no era de las que podría desearse, lo cierto es que se tomaron bastantes medidas durante la dictadura primoriverista para mejorarla con la creación de la Brigada Provincial Sanitaria, que tenía como misión atender la curación de enfermedades infecciosas, institución de la que formarían parte todos los ayuntamientos de la provincia de Málaga. Además de crear nuevos dispensarios, se creó el Centro de Atención a la Infancia llamado La Gota de leche, que facilitaba leche a las madres de los niños acogidos a él. Se llevó a cabo una labor de divulgación de prevención sanitaria en materia de higiene prestando ayuda a quienes lo necesitaban. Se cedieron terrenos a la Corporación para construir un dispensario de la Liga Antituberculosa en un solar que existía en la Calle Huerto de los Claveles y San Bartolomé. Se llevó a a cabo una política de construcción de nuevas viviendas ya que las existentes eran un caldo de cultivo para la difusión de epidemias y enfermedades infecciosas.
El mismo Gálvez, siendo Presidente del Colegio de Médicos, el año 1923 (que coincide con su acceso a la alcaldía) a raíz del brote de la peste bubónica en Málaga requiere en nuestra capital la presencia del Inspector General de Sanidad (García Durán) y bajo la presidencia de éste convoca una reunión extraordinaria en el Colegio Médico para tomar las medidas conducentes a atajar la epidemia. Meses después daba normas para una vacunación general antipestosa. Si ésta era la realidad socio-sanitaria, la educacional no era mejor. En 1920 existían en España casi 9 millones de analfabetos de entre una población de 18,5 millones de habitantes, casi la mitad de la población. Con todo, la dictadura a través de sus programas escolarizadores logró rebajar en casi un millón de personas los analfabetos existentes entre 1900 y 1920. De esas cifras más del 70% eran mujeres, siendo Andalucía y Murcia las regiones con más analfabetos por cada 100 habitantes (67% y 70%, respectivamente: en concreto Málaga contaba con un 70% de analfabetismo). Andalucía duplicaba en analfabetos al País Vasco y a Navarra (33%). A estos datos deben añadirse que en Andalucía había menos escuelas que en ninguna otra región por cada 10.000 habitantes. Cuando Primo de Rivera llegó al poder había un déficit de 700.000 puestos escolares y tenía que haber creado 15.000 escuelas e invertido 375 millones de pesetas. A pesar de las necesidades, sólo se crearon 6.000 plazas de maestros. No obstante, significó un progreso mayor que el realizado en la época de la Restauración por el volumen numérico de maestros y de alumnos en relación con la enseñanza privada. En los primeros días de octubre de 1923, Gálvez Ginachero es nombrado alcalde de la ciudad, cuya designación se califica como acertada por el semanario La Unión Ilustrada. Así se decía por el periódico que «la designación se ha acogido con gran júbilo y entusiasmo. El día de la toma de posesión del cargo fue muy aclamado. De su labor esperan mucho y muy bueno los malagueños, habiendo comenzado su campaña de higiene que era indispensable.»
Durante su permanencia como alcalde se emprendieron grandes reformas en materia de Urbanismo. Málaga tratará de solucionar los problemas de infraestructuras, expansión y equipamiento, como el Plan General de Grandes Reformas y Mejoras (1924), obra de los ingenieros malagueños Benjumea, Werner y Lombardo. Este ambicioso plan incluía: pavimentación, alcantarillado, ensanche interior, ensanche exterior, paseos y puentes, auxilio a urbanizaciones, instrucción pública y servicios. Bajo este plan se realiza el proyecto de unión del Parque con la Alameda, nuevos puentes sobre el río Guadalmedina, el Paseo Marítimo y la construcción de Ciudad Jardín, según las ideas del arquitecto Arturo Soria y de Howard.
En el trabajo de Mari Luz Burgos sobre «La pobreza urbana», los puntos de pobreza se concentran en el Bulto, el Perchel, la Trinidad, Capuchinos, en las playas de El Palo, en las Cuevas de la Viña, en el Ventorrillo de la Mosca, Mangas Verdes, Tiro de Pichón o El Perro. La mayoría de las viviendas eran chabolas, corralones, casas pequeñas y bloques de vecinos con una insuficiente dotación de servicios. En ellas habitaban peones no cualificados, pescadores, inmigrantes y gitanos. Este momento, con no ser el más cómodo para Gálvez, viene a representar un importante punto de inflexión en su labor social y humanitaria, pues desde la institución municipal, a la que entrega todo su esfuerzo y gran parte de su fortuna personal, organiza lo que podríamos denominar la «beneficencia pública». Este punto de organización de la generosidad, hasta entonces disperso, es el primer punto de conexión con el pensamiento de la pensadora gallega y de su excepcional ensayo «La Beneficencia, La filantropía y La Caridad». Con esta obra publicada en 1S61, la Academia de Ciencias Morales y Políticas la premió siendo la primera mujer a la que le fué concedido el galardón. Todavía no había nacido José Gálvez. Arenal no sólo fué una teórica de la caridad o la filantropía. También realizó, al igual que Gálvez, importantes obras sociales. Así en 1872 fundó la Constructora benéfica, una sociedad que se dedicaba a la construcción de casas baratas para obreros y colaboró con la Cruz Roja del Socorro para los heridos de las guerras carlistas, poniéndose ella misma al frente de un hospital de campaña para auxiliar a los heridos de la guerra de Miranda de Ebro. Colaboró, igualmente, con la revista La voz de la Caridad de Madrid en la que escribió durante catorce años sobre las miserias del mundo que le rodeaba. Con ella nació el feminismo y la rebelión contra la tradicional marginación del sexo femenino reivindicando la igualdad en todas las esferas sociales para la mujer.
En efecto, late en el espíritu de este fenomenal ensayo la necesidad de armonizar la beneficencia pública y la caridad privadas. Si a una le falta el sentimiento a la otra le falta la organización. Nosotros queremos dejar patente que la obra social de Gálvez tiene una importancia más allá de su espontánea generosidad y filantropía ya que esta labor, en buena medida, se desarrolló en lo público en los casi tres años que estuvo de alcalde de la ciudad: Desde Octubre de 1923 a mayo de 1926. No es que no realizase una importante labor social antes o después de estas fechas. Lo que está en nuestro ánimo es resaltar que el hombre no se sirve del cargo, sino que, desde el cargo, potencia, promueve, insta, motiva y estimula la acción de la beneficencia pública. Se trata de asimilar el sentido organizador que ha de tener esta beneficencia, traspasando la muy loable iniciativa privada de caridad que podría dispersarse en el tiempo y perder su sentido en una acción aislada. Con estas acciones desde las instituciones, el ginecólogo malagueño asume como «público» un deber hasta entonces difuso en manos privadas o públicas, para darle un sentido de «organización»: éste es el sentido de nuestro ensayo y a él me voy a concentrar en las próximas líneas.
LAS IDEAS DE BENEFICENCIA, FILANTROPÍA Y CARIDAD DE ARENAL
Si para el famoso tango argentino el siglo XX se calificó de cambalache, problemático y febril, el siglo XIX, es el siglo de las obras inacabadas, de la inestabilidad social, de la anarquía en las ideas, de la falta de organización, de un mare magnum de ideas contradictorias y opuestas. Es el siglo de las grandes ideologías, de los movimientos sociales efervescentes, pero también de la falta de orden en la realización de grandes obras sociales. Con el ensayo » La Beneficencia, la filantropía y la caridad», Concepción Arenal realiza una auténtica llamada de atención a los gobernantes. Hace una radiografía perfecta del siglo en el que vive para excitar la acción a través de sus miles de preguntas: todo el artículo es una continua pregunta que hace mover al más indiferente porque ofrece la visión de un gran fogonazo de la inteligencia, que deja patente una impresionante «foto fija».
Nada es definitivo, todo es transitorio. Los desvalidos ya no acuden a las puertas de los conventos en auxilio de sus necesidades o, al menos, no sólo a los conventos. Es el Estado emergente el que tiene el deber de procurar satisfacer esas necesidades, pero lo hace mal: sin conocimiento, sin criterio, sin poner los elementales medios y, sobre todo, sin amor. Así señala la pensadora que: » La caridad oficial que se llama Beneficencia ha sustituido a la caridad que sostenida por el espíritu religioso auxiliaba a los enfermos y a los necesitados.
El Estado, representante de la nueva sociedad, ha recibido de la que se extingue la sagrada misión de auxiliar al desvalido. ¿Y cómo llena esta misión santa? La llena de tal modo que hace sospechar que le falta el conocimiento de sus deberes o la voluntad de cumplirlos. El Estado duda sobre la Beneficencia como sobre todas las cosas y estas dudas son más fatales porque tienen por consecuencia dejar sin auxilio al desvalido, sin amparo al necesitado. (…) Allí la caridad oficial hace el bien sin amor; acá la caridad privada hace el bien sin criterio. En otra parte, las asociaciones caritativas obran en un círculo estrecho aisladas entre sí y de la caridad oficial y privada, sin tendencia al proselitismo y a la expansión.
La Beneficencia, la filantropía y la caridad obran en distintas direcciones. La Beneficencia es la compasión oficial que ampara al desvalido por un sentimiento de orden y de justicia. La filantropía es la compasión filosófica, que auxilia al desdichado por amor a la humanidad. Y la caridad es la compasión cristiana que acude al menesteroso por amor de Dios y del prójimo. Es consolador que los pensadores hayan comprendido todo el mal que viene de que estas tres grandes fuentes de consuelo corran en distintas direcciones. La caridad privada y la Beneficencia pública están separadas. Es preciso enlazarlas. (…) la socióloga viguesa propone cuatro principios para lograr este enlace o armonía:
1. Es un deber de la sociedad procurar a los desvalidos la mayor suma de bien posible.
2. La sociedad no comprende su misión si cree llenarla con bienes materiales.
3. El Estado no se puede aislar de la caridad privada.
4. Existen en la sociedad medios para consolar todos los dolores, basta con armonizarlos.
La obra social de Gálvez responde a estos cuatro principios. Cuando procuró a personas sin medios atenderlas en su propia clínica estaba actuando como sociedad. Cuando fue representante municipal y alcalde no se aisló de la caridad privada, pues consiguió el Hospital Noble para la ciudad y mantuvo la asistencia en él de las Hijas de la Caridad, siguiendo el ejemplo del Hospital de Santander. Y, por esa misma circunstancia, armonizó lo que ya existía (la atención por las religiosas con la titularidad del Hospital por parte del Ayuntamiento). Hubo ciertas reticencias al respecto por parte de sus enemigos, porque pretendían mantener al personal contratado civil y finiquitar la labor social de las religiosas, actitud a la que se opuso argumentando la eficacia del Hospital de Santander atendido por estas monjas. Cuando Gálvez visitó la Maternidad de la Diputación Provincial de Madrid, le causó tal desolación al ver el deplorable estado en que se encontraba, que no tuvo más que ponerse manos a la obra para convencer a Amalia Loring, entonces marquesa de Silvela, para convertir un caserón viejo y sucio en una casa nueva y limpia. Aquí también armonizó la caridad privada y la beneficencia pública, utilizando la expresión de Arenal. Así se expresa García Herrera en su biografía que señala lo siguiente: «Se trataba de un edificio vetusto y ruinoso que albergaba un número importante de futuras madres cuyas estadísticas de morbilidad y mortalidad eran aterradoras…El estado tan deplorable de aquellas seudo clínicas y las estadísticas de fiebre puerperal dejaron en el espíritu de este hombre altruista tan profundas huellas que no abandonó ni un solo momento de modificar aquellas Casa de Maternidad, que le indujo a comunicar a Amalia Loring, que era la fundadora de la misma, la angustia que le produjo la citada visita y la necsidad de convertirla en una casa limpia y confortable, traslando la clínica ginecológica al Hospital Provincial». Este fue el primer paso para crear después la Casa de Salud de Santa Cristina y la Escuela especial de Matronas en Madrid. Siguiendo con la argumentación de Arenal: «la caridad es un deber, no sólo un precepto religioso, es una verdad filosófica, un axioma moral, una irresistible tendencia de la sociedad que empieza… la indiferencia para los males de nuestros semejantes no revela sólo dureza del corazón, sino extravío de la inteligencia. Al hombre cruel no le falta sólo sensibilidad y espíritu religioso, sino razón. La tendencia al bien se encarna cada día en el hombre civilizado, pasa del corazón a la cabeza y estamos tocando la época en que las leyes del mundo cristiano derivarán de este principio: la caridad es la justicia».
Y aquí surge la reflexión de Arenal de que el Estado, aislándose de la caridad individual, no puede auxiliar debidamente al menesteroso. Salvando algunas excepciones debidas a individuales esfuerzos, el estado de los establecimientos de Beneficencia en la España de finales del siglo XIX deja mucho que desear. Ni el local, ni las camas, ni la alimentación, ni el vestido eran lo que deberían ser. Ni los locales gozaban de las condiciones higiénicas adecuadas: eran establecimientos de hacinamiento de miseria. Ni las camas solían tener la limpieza ni la extensión requerida. Ni el alimento era de buena calidad. De un lado, los males vienen dados por las contratas que no cumplían lo estipulado. De otro, que tales establecimientos no estaban asistidos en su mayoría por las Hijas de la Caridad. Es este el mismo argumento que llevó al Doctor Gálvez (siendo alcalde) a mantener dentro del Hospital Noble.
Cuando Arenal describe la situación, se está doliendo de la misma. Por eso dice:» si el enfermo entra en convalecencia, su suerte es poco menos triste que cuando estaba en la cama. La falta de locales separados para los convalecientes es uno de los grandes males que hay que deplorar. A ella se deben esas convalecencias larga y penosa prolongación de la enfermedad, las recaídas y el lastimoso estado en que dejan el hospital los pobres que no tienen otro recurso que su trabajo. Si se pregunta a los que salen de los hospitales, es frecuente oirles decir: las medicinas bien, pero los alimentos mal.. Si hacéis alguna observación al jefe o a los empleados del establecimiento, os responden con la frase sacramental: no hay fondos…. ¡quien habría de decir que el hecho de entrar en el hospital no era una prueba bastante auténtica de miseria!…. Pero si a cualquier abuso que se comete en los establecimientos de beneficencia responden los representantes de la caridad oficial que no hay fondos, nosotros decimos que no hay caridad».
Y más adelante resuelve el problema con múltiples preguntas que transforman el sentido de la caridad de veinte siglos atrás desde el nacimiento del cristianismo hacia el sentido organizar de la misma, es decir, hacia el sentido social y políticamente estructurado de la caridad oficial, de influencia netamente germánica.
Dejemos a la penalista que razone cuando dice: » ¿Por qué se defraudan muchas veces los fondos destinados a socorrer a los enfermos y desvalidos? Porque no hay caridad, ¿por qué se trata al enfermo con indiferencia? ¿por qué en muchos establecimientos no se acerca a su lecho ninguna criatura llevada por un elevado sentimiento? Porque no hay caridad, ¿por qué se equivocan las medicinas, se dan tarde o temprano o se dan mal preparadas? Porque no hay caridad, ¿por qué el precepto del facultativo se cumple maquinalmente, con la indiferencia de una consigna, más no con su exactitud toda vez que el castigo no intimida a los contraventores? Porque no hay caridad, ¿por qué el enfermo está absolutamente aislado de su familia y el moribundo no tiene quien reciba su última voluntad y su postrer suspiro y el muerto quien le acompañe con una lágrima y una oración? Porque no hay caridad. Todo porque no hay caridad, ¿y las hermanas? ¿y las personas piadosas que se interesan por el alivio de los dolientes? ¿y la administración? Las hermanas no están como era de desear en todos los establecimientos benéficos y, aunque estuviesen, la índole de su instituto no les permite poner remedio a ciertos males. Hermanas de la Caridad había en el Hospicio de la Coruña cuando el pan que se daba los niños tenía gusanos y no les era posible evitarlo. Las santas mujeres veían con dolor extenuante caer enfermos a sus queridos inocentes; pero no está en la índole de su instituto que pidieran remedio sino a Dios: una Hermana de la Caridad no ha de acudir a la prensa y al gobernador o al ministro; está en el hospital y no en el mundo y para remediar ciertos males es preciso estar en el mundo y en el hospital.
Las personas caritativas o no saben lo que pasa o no saben cómo remediarlo; viven sin tener noticias unas de otras, sin reunir sus esfuerzos, cuyo aislamiento las hace inútiles y concluye por desalentarlas. La Administración, a pesar de su buen deseo, halla por todas partes obstáculos que renacen a medida que los vence y busca y no encuentra apoyos allí donde debería esperarlos. Cuando decimos que no hay caridad, queremos decir que no hay caridad organizada y, mientras no tenga organización, toda su buena voluntad no le dará fuerza. Más adelante en su reflexión apunta tres elementos básicos que representan a la Beneficencia, la filantropía y la caridad. Dicho de otra manera, a la caridad organizada. De un lado, se habla de razón, de otro de instinto y finalmente de sentimiento. En el cuerpo social, el bien resulta de la armonía de estas tres facultades. El impulso instantáneo que le hace acercarse al semejante es el instinto. Ese impulso más constante es el sentimiento y el cálculo o la combinación de los medios para remediar aquella desgracia es la razón. La razón, el sentimiento y el instinto son los elementos del bien para la penalista. Trasladada esta idea a los establecimientos de Beneficencia puede decirse lo mismo. La parte de estudio y meditación representan al Estado; la parte que necesita impulsos generosos las asociaciones o los individuos y la Beneficencia con su ilustración y su autoridad forman una especie de trama sobre la cual trabajan la filantropía y la caridad. Suprimid la filantropía y la caridad o aisladlas y la obra del Estado es como un esqueleto descarnado; suprimid este esqueleto y la obra de las corporaciones y de los individuos no tendrá consistencia. Cuando en un elocuente párrafo está rogando que se juzgue como indispensable una asociación caritativa para auxiliar y vigilar un establecimiento de Beneficencia como se juzga preciso un local para plantear su existencia, aparecerán muy bien definidas las atribuciones de la Beneficencia, la filantropía y la Caridad. Con este ruego, Concepción Arenal se estaba adelantando más de un siglo a la aparición de las actuales Organizaciones No Gubernamentales, ni más ni menos.
Pero Arenal va todavía más lejos. Dijimos al principio que con este artículo se estaba anticipando en unas cuantas décadas a la creación de la Seguridad Social complementaria y asistencial o a la Asistencia Social. Y así lo creemos. Si la pensadora pone todo su énfasis en la razón en combinación con el instinto y el sentimiento para definir a la caridad pública, nada mejor que la ordenación a través de una Ley de Beneficencia que, en el momento en que reflexionaba sobre estas cuestiones, si existía pero era de orden organizativo. Estaba trazado el camino, el esqueleto que insistentemente razona en su ensayo, pero carente de espíritu, de alma, de la necesaria motivación que hace reunir al instinto, el sentimiento o la razón. Haremos en este punto una necesaria digresión ya que la primera norma de Beneficencia surge en nuestro país en 1815, restableciendo el Hospital de Mujeres incurables. Pero, sin lugar a dudas, la primera ley de Beneficencia con carácter General, surge con la ley de 20 de junio de 1849 Y con su reglamento desarrollador de 14 de mayo de 1852, llamado Reglamento de la Ley General de Beneficencia. Esta normativa hace referencia a la naturaleza y objeto de los establecimientos benéficos, a las clases de los mismos, al gobierno y a su administración de una manera profusa y detallada. Da cabida como elementos natos a personas de la Iglesia: en las Juntas Generales al arzobispo de Toledo, en las Provinciales al Obispo y en las municipales al párroco. Por supuesto también a los alcaldes, ya que la beneficencia es municipal, provincial y del Estado. Los establecimientos generales cuyo control realizaba el Estado tienen por objeto el auxilio de locos, sordomudos, ciegos, impedidos y decrépitos. Los provinciales el alivio de la humanidad doliente en enfermedades comunes, la admisión de menesterosos incapaces de un trabajo personal, el amparo y la protección de los que carecen de familia. A esta clase pertenecían: los Hospitales de Enfermos, las Casas de Misericordia, las Casas de Maternidad, expósitos, huérfanos y desamparados. Finalmente, los establecimientos municipales tenían por objeto socorrer enfermedades accidentales, conducir a los pobres hasta los establecimientos provinciales generales o a proporcionar a los menesterosos en el hogar doméstico los alivios que reclamaban sus dolencias o una pobreza inculpable (arts. 1 al 4 de la ley de 1849). Si cuando refiere Arenal que no hay caridad, nos está indicando que no existía caridad organizada, cuando refiere que no hay una ley de Beneficencia, también nos está indicando no que no la hubiese, sino que la existente respondía a un marco organizativo-técnico por quienes no habían vivido la realidad material de la misma: esto es el alma de lo que estamos hablando. Recordemos que el ensayo se escribió en 1861 y la ley es de 1849. En cualquier caso, el eco del ensayo tuvo su ineludible repercusión legislativa posterior. Por eso, hemos de mencionar una enorme batería de disposiciones sobre beneficencia, como por ejemplo: la Real Orden de 29 de mayo de 1861 sobre prohibición de recepciones y comidas públicas; el pago de bagajes para enfermos pobres (RO de 31 de octubre de 1861); venta de papel de la deuda de Beneficencia (RO de 27 de diciembre de 1865); desamortización de bienes de la Beneficencia(decreto de 9 de julio de 1869), hasta llegar a la Instrucción General de los establecimientos benéficos nacionales (decreto de 22 de abril de 1873), entre otras muchas.
Por eso, afirma, de manera sagaz, adelantándose a su época lo siguiente: «Si la ley de Beneficencia, como las otras se presenta por el Gobierno, pasa a una comisión, se discute o se sanciona, será siempre incompleta y defectuosa. No puede formularse con acierto por hombres que, aunque ilustrados en otras materias, carecen en ésta de conocimientos especiales. Es preciso haber vivido mucho con los desvalidos, haber sentido sus males, haber estudiado los medios de aliviarlos, haber oído a los que una larga experiencia pone en estado de dar consejo, haber presenciado hasta qué punto la maldad humana puede agravar la suerte de los infelices y todo lo que es capaz de hacer la virtud para consolarlos: esto no se aprende en las cátedras, ni en los libros; se aprende en los hospitales; a priori nadie es capaz de prever todo el bien y todo el mal de que es capaz el hombre.
Y este bien y este mal es preciso que la ley los aprecie con exactitud, para que sea, según convenga, suspicaz o confiada; para que sepa lo que tiene que temer de los unos y lo que de los otros puede esperar. En nuestro concepto no hay ninguna ley más difícil de formular que una de Beneficencia, ni ramo en que sean más necesarias y más raras las especialidades. Como lo que importa es menos reformar pronto que reformar bien, convendría tomarse el tiempo necesario para estudiar esta materia… Las personas especiales en este ramo viven muy lejos de la política y del poder. El legislador debe buscarlas por los muchos medios de que dispone. Habrá, sin duda, que vencer grandes dificultades. ¡qué reforma se planteó sin ellas! Pero puede contarse también con auxiliares poderosos; jamás una idea generosa proclamada desde arriba deja de hallar abajo numerosos ecos». Cuando Concepción Arenal apela constantemente a la caridad organizada no está denunciando la inexistencia de caridad. Está poniendo en tela de juicio la inexistencia de armonía entre el instinto, la razón y el sentimiento que debe envolver la generosidad y la filantropía. Está denunciando no sólo la anarquía en las ideas, sino también de los medios para mejorar el estado de la población marginal. Está poniendo en cuestión el temor de la Beneficencia de verse burlada. La organización es un muro contra el fraude y la regulación normativa el medio contra el mismo. Antes de que existiesen las llamadas Comisiones Técnicas Calificadoras creadas al amparo de la legislación de la Seguridad Social en España, que ha atravesado hitos tan importantes como la regulación del Seguro Obrero de Vejez e Invalidez de 1939, como la ley de Bases de 1963, los dos textos articulados de 1966, la Ley de Financiación y Perfeccionamiento de la Acción protectora del sistema de 1972 hasta llegar a la ley de 1974 General de la Seguridad Social cuya normativa ha servido a la actual de 1994, la jurista viguesa se estaba anticipando en su ensayo a la creación de estos órganos reguladores de la situación de invalidez, aunque lo sean para una invalidez contributiva y no para una asistencial, como parece atisbar la pensadora.. Y así nos dice: «Establézcanse por Ayuntamientos, por distritos, como mejor parezca y cuidando de evitar la aglomeración, una especie de tribunales de jurados que con la intervención de la caridad (en la actualidad denominaríamos factores sociales, tal y como se denominan en los equipos de Valoración y Orientación de la Junta de Andalucía) de la autoridad y de la ciencia y después de un maduro examen, decidan si un pobre es o no inválido. Al que lo sea désele una chapa, medalla o distintivo cualquiera. El pobre podrá elegir entre el establecimiento de Beneficencia y la caridad pública que no temerá verse burlada.
El que da limosna tendrá la seguridad de socorrer a un necesitado, aumentará sus dones, adquirirá el hábito de dar, dará más cada vez y la vagancia se verá en la alternativa de trabajar o morirse de hambre. Entonces, la crueldad y el egoísmo no podrán tomar la apariencia de la filosofía y de la razón cuando niegan una limosna. Entonces se verificará un cambio en las ideas y la mujer vestida de terciopelo y el hombre envuelto en pieles, al pasar por delante de un mendigo sin alargarle una limosna, harán una cosa censurable y que tarde o temprano acabará por causarles vergüenza». Para terminar con este capítulo, es necesario resaltar los puntos de conexión entre los personajes de nuestro estudio, Arenal y Gálvez. La implicación de corporaciones y asociaciones religiosas con la caridad es ineludible en uno como en el otro. Las Corporaciones y asociaciones religiosas pueden ser un poderoso auxiliar para la Beneficencia, señala Arenal. Al mismo tiempo proclama que la caridad es un deber y la elección de la forma un derecho. Cada cual podrá elegir aquella que esté más en armonía con sus inclinaciones y facultades. Las corporaciones religiosas y las asociaciones con el nombre de cofradías o con cualquier otro pueden elegir un medio cualquiera de hacer bien a sus semejantes, pero deben elegir uno. Resulta casi ocioso decir que las obras sociales del ginecólogo malagueño se sustentaban en su poderosa convicción religiosa, convicción que desde el pensamiento de Arenal quiere implicarla con la acción del Estado, como si de vasos comunicantes se tratase. He aquí un nuevo modo de vincular la razón, el instinto y el sentimiento que tanto interesan a Arenal y de los que da buenas muestras Gálvez Ginachero Este hombre que daba vales para la asistencia sanitaria- cuando fue Alcalde- a quienes carecían de recursos y que al finalizar su mandato liquidó de su propio bolsillo, a pesar de las innumerables críticas que recibió por este comportamiento. Este es el hombre a la par filántropo y caritativo, benefactor y generoso del que Herrera Oria subrayó en su famosa frase:» per transit benefaciendo», en su funeral.
LA OBRA SOCIAL DE GÁLVEZ
Casi sería mejor hablar de las «obras» de Gálvez Ginachero, pero la utilización del singular obedece más a problemas expositivos de este ensayo, que a la consideración de que sólo fuese una la que hiciese este egregio hombre.
Dicho ésto, hay que distinguir entre la labor social realizada como persona privada de aquella que realizó ostentando un cargo bien fuese municipal o corporativo. También podría distinguirse la labor como médico asistencial y benefactor de las clases humildes, de aquella que realizó a título particular como hombre de bien en otros campos no estrictamente sanitarios. Por este último voy a comenzar, es decir, a destacar la importante labor en el campo de la enseñanza y de la cesión de unos terrenos en el pasillo de Natera, que eran propiedad de su mujer María Molí para que se construyesen las Escuelas del Ave María, cuyo autor fue el padre Manjón.
Las Escuelas nacen en el siglo pasado en Granada fundadas por el padre Andrés Manjón con el noble propósito de conseguir la educación integral de los hijos de los más desfavorecidos impartiendo la enseñanza gratuita cuando ésta todavía no había sido asumida por el Estado. En 1911 sólo existían en España 52 escuelas públicas, muy inferiores al número de centros privados. Al finalizar el bachillerato había que salir de Málaga para seguir los estudios universitarios. Destacaban el colegios de los jesuitas donde estudió Ortega y Gasset y el de San Rafael o San Agustín donde estudió Moreno Villa, hijo de vinateros que fue enviado a Alemania para Estudiar Química. Esto sólo era la punta del iceberg de algunos privilegiados porque el resto de la población tenía muy limitado el acceso a la enseñanza. Málaga sólo contó con un Instituto de Segunda Enseñanza, hasta que en 1928 se creó el de Antequera.
Diego López Linares, un joven sacerdote de Cuevas Bajas, que había organizado un refugio nocturno para recoger a los niños que por aquellas fechas dormían en los escalones de las casas, recibe en 1906 la visita del Dr. Gálvez, quien le ofrece un local que poseía su esposa en el Pasillo de Natera, junto a los paredones del río Guadalmedina. El pensamiento de las Escuelas se centra en «educar enseñando», hasta el punto de hacer de los niños hombres y mujeres cabales, esto es, sanos de cuerpo y alma, bien desarrollados y en condiciones de emplear sus fuerzas espirituales y corporales en bien propio y de sus semejantes, dignos del fin para el que han sido creados y de la sociedad a la que pertenecen, muy necesitada de hombres cabales.
Las escuelas se proponen capacitar a sus alumnos para que trabajen por sí mismos con una gran preocupación por la cultura y la investigación, cultivando su capacidad de razonamiento y su espíritu creativo para que sepan hacer frente a los problemas que la vida actual plantea, adquiriendo métodos y técnicas de estudio que les cualifiquen para su futuro. Las Escuelas fomentarán el espíritu de la justicia, la libertad y la responsabilidad, facilitando a los niños la creación de hábitos democráticos y de respeto a las opiniones y derechos de los demás. Desarrollan la personalidad de cada individuo, resaltando lo positivo. Igualmente crean una atmósfera que favorece la solidaridad, la cooperación y la convivencia integradora, capacitándoles para discernir entre lo bueno y lo malo a la luz del Evangelio y que sean consecuentes con sus actos. Ofrecen a sus alumnos el mensaje explícito del Evangelio de forma progresiva y gradual a su edad. El mismo Andrés Manjón señalará: «para que la enseñanza sea educadora, dése de acuerdo con los distintos educadores. Si así no se hace, desharán unos la obra de otros, perderán el tiempo y perderán al educando, que es lo más lamentable. Las Escuelas del Ave María sean paternales enseñando y educando; sean auxiliadores de los padres en la formación de los hijos; sean la continuación del hogar por la confianza, el amor, la libertad y el cariño. Las Escuelas del Ave María desean fomentar en los padres la participación en la marcha del proceso educativo, como miembros de la comunidad escolar. Su bolsa y su consejo no acabaron en estas escuelas, sino también en propiciar las escuelas salesianas, donde cientos de malagueños se capacitaron para los más nobles oficios.
Fuera de estas obras sociales ligadas a la preocupación de nuestro paisano por la enseñanza a todos los niveles educativos, su caridad, entendida ésta como sentimiento -en la interpretación de Arenal, junto al instinto (filantropía) y la razón (beneficencia)-, se hacen patentes en un sin fin de obras que estimuló siendo Alcalde de Málaga. Por esta misma razón, cumple con exactitud la necesaria armonía entre la beneficencia pública y privada sirviendo de nexo de unión entre la una y la otra. Ahí está el Sanatorio Marítimo de Torremolinos, posteriormente Patronato Nacional Antituberculoso, dedicado fundamentalmente a los niños. Merced a su trabajo, se crea el Tribunal Tutelar de Menores, cuya labor social nadie discutió. El amor hacia los leprosos le llevó uno y otro día al recinto de la leprosería del Hospital Provincial, donde personalmente curaba sus llagas y remudaba sus vendas. El Asilo de los Ángeles es otra buena muestra de su caridad. Pero su bolsa no acababa ahí, seguía abierta para Las Clarisas, Las Bernardas, las Catalinas, monjas de clausura que no sólo tenían que velar por los más pobres sino que ellas mismas tenían múltiples carencias. Cientos de enfermas asistidas y operadas en su sanatorio particular, incluso algún noble que acudió a Málaga en busca de la fama del ginecólogo malagueño porque su mujer no podía tener hijos. Después de una estancia de dos meses en su Sanatorio, la mujer alumbró un hijo muy deseado. Cuando Gálvez le envió la factura por los servicios que importaban 10.000 pesetas, el prócer quedó perplejo por tal cantidad considerándola excesiva. Al devolvérsela a nuestro paisano, creyendo que se trataría de un error del escribiente, Gálvez le contestó que tardaba mucho tiempo en reunir 10.000 pesetas para hacer una obra de caridad. El noble encajó el golpe sin titubeos enviando no sólo las 10.000 pesetas presupuestadas, sino que todos los años enviaba a don José un cheque por valor de 10.000 pesetas para limosnas.
Puede comentarse como anécdota, el suceso de un médico de Algodonales que vino a Málaga en busca de un puesto mejor ingresando por oposición en el Hospital Provincial. Tiene una hija que nace con un eritema nudoso complicado con sarampión. Su salud peligraba. Sólo la estreptomicina podría salvarla, pero valía 1.000 pesetas el gramo, necesitando 25 gramos. Sin recursos acude a Gálvez para plantearle el problema y nuestro paisano, una vez más, lo coge del brazo lo lleva en su coche hasta el Banco Hispano y le hace al empleado entregar 25.000 pesetas de su cuenta. El médico gaditano, emocionado, le promete que le firmará un recibo o una letra para devolverlo. Gálvez le contesta que el dinero no importa, lo realmente importante es la salud de su hija. Los esquemas de aquel beneficiado se rompen y él mismo acaba en un mar de sollozos.
Sin lugar a dudas uno de los sueños realizados por Gálvez fue la Casa de Salud de Santa Cristina en Madrid, resultado de los esfuerzos personales para excitar de un lado a las instituciones públicas, como la Diputación Provincial de Madrid y a la generosidad de Amalia Loring, marquesa de Silvela. Esta obra a caballo entre las instituciones públicas y la beneficencia privada es la expresión de la armonía que pretendía Arenal en su comentado ensayo. «Sólo el espíritu generoso y la tenacidad de un carácter como el de don José, fue capaz de excitar a aquella Diputación Provincial de Madrid que regentaba la casa de Maternidad e Inclusa de la calle Mesón de Paredes». Se trataba -a juicio de García Herrera- de un edificio ruinoso que albergaba un número importante de futuras madres y cuyas estadísticas de morbilidad y mortalidad eran aterradoras a pesar de los constantes desvelos de los profesores médicos. En uno de los viajes a la Casa de Maternidad que hizo Gálvez, le causó tan deplorable impresión que le indujo a ponerse en contacto con Amalia Loring, quien quedó sorprendida y ambos se pudieron manos a la obra para convertir el caserón en una Casa limpia y confortable, además de propiciar el traslado a instancias de Gálvez de la clínica de Ginecología que regentaba el doctor Isla en el Hospital Provincial. De modo que los más modernos medios de Obstetricia se pusieron al servicio de la Maternidad Provincial. A raíz de aquel logro y con el patrocinio de la reina Maria Cristina se fundó la Junta de Señoras de la Casa de Salud de Santa Cristina.
Este es el ejemplo más claro de que una labor filantrópica es desencadenante de otras muchas y de que la Beneficencia nunca debió ser una acción aislada e inarmónica, sino una acción conjunta y coherente, sistemática y, en palabras de Arenal «organizada».
La labor profesional del doctor Gálvez Ginachero se va a desarrollar durante cincuenta y ocho años en el Hospital Civil Provincial de Málaga, desde el 27 de noviembre de 1893 en que es nombrado médico de Obstetricia sin sueldo. Con ello realizará una de sus más queridas aspiraciones: médico en Málaga y con un servicio hospitalario donde hacer gala de las técnicas aprendidas en París y Alemania, además de un departamento quirúrgico en el centro de más categoría de su tierra natal; en la ciudad donde sólo había referencias incompletas de los conceptos de asepsia y antisepsia. Al principio contó con sólo dos camas. Sus detractores y envidiosos decían que no había revolucionado nada, pues se lavaba las manos antes de operar mientras que ellos lo hacían sólo después. Supo compatibilizar la alcaldía de Málaga, la Casa de Maternidad de Santa Cristina y el Hospital Provincial. Todo lo hacía personalmente: operaciones sencillas, curas, exploraciones del aparato circulatorio, toma de pulso, auscultación cardiaca, inyecciones intravenosas. Reiteraba las visitas a las enfermas cuidando de los menores detalles, desde las temperaturas tomadas una y otra vez hasta la alimentación e higiene corporal. Si la gravedad o la coyuntura de alguna enferma lo precisaba, no dudaba en pernoctar en el Hospital en la sala de San Pablo, sirviéndole como cama un armario bajo o arcón y allí con una almohada reposaba las horas que podía. Fueron los meses heroicos de la implantación de la asistencia de Obstetricia, en los tiempos en que se alumbraban con candiles de aceite o quinqués de petróleo y en los que la comadrona seccionaba el cordón umbilical con la misma tijera con la que cortaba la mecha del candil (sin previa esterilización).
Somos bastantes reacios a la comparación, odiosa según el aforismo español, pero bueno será afirmar que la primera «cesárea post mortem» se realizó en Andalucía y su autor fue Gálvez Ginachero. La importancia de esta práctica radica en la supervivencia del feto, pese a la muerte de la progenitora. (…)
Unos cuantos siglos más tarde en el Hospital Provincial de Málaga, una mujer de pequeña estatura y con una cifosis dorsal, presenta un edema en la región sacra. Tiene un pulso disminuido y su dispnea llega a ser delirante. Se le coloca un baloncito de Champertier comenzando a despertar ciertas contracciones. Poco minutos más tarde la enferma estaba en estado agónico, nuestro paisano dispuso la cesárea después de la última inspiración de la madre: una niña de algo más de un kilogramo de peso había nacido y puesta en una incubadora: esto sucedía el 17 de julio de 1898, cuando España ya había perdido las colonias de ultramar. La niña que se llamó María del Carmen Enriqueta fue nombrada la «niña de la ciencia» gracias a la pericia del doctor Gálvez, quien la apadrinó y sustentó económicamente hasta que pudo ganarse la vida por ella misma.
Sería injusto e incompleto un ensayo sobre la labor social de Gálvez Ginachero pasando por alto su actividad como Alcalde, pues, con todo, los dos años y ocho meses que estuvo como regidor municipal (desde el 3 de octubre de 1923 – varios días después del advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera- hasta el 21 de mayo de 1920) fueron una prolongación de su labor como benefactor de sus vecinos y conciudadanos. Al principio rechazaba el cargo. «Me niego porque ese no es mi oficio»-dijo cuando el Gobernador militar, Cano Ortega, lo nombró. Pero, bien es cierto, que su fama acreditada como ginecólogo en Málaga y su labor como «hombre de bien» hizo que la opinión pública se pusiera de su lado para ocupar el sillón municipal. Trató de asesorarse y apoyarse en tres importantes ingenieros para hacer su proyecto de «Grandes Reformas» para Málaga: Rafael Benjumea, Leopoldo Werner y Jiménez Lombardo. El primero llevó a cabo las obras del pantano del Guadalhorce. El segundo realizó la ampliación de las obras del puerto de Málaga, la Comandancia de Marina y el Instituto Oceanográfico y el último nombrado realizó las obras del pantano del Agujero que acabó con las periódicas inundaciones de Málaga por el río Guadalmedina.
Consiguió Gálvez, preocupado por los servicios de la sanidad Pública (debe recordarse que la beneficencia era competencia del municipio y de la provincia), la ejecución de una red de alcantarillado y la mejora y acondicionamiento de la traída de aguas de Torremolinos para abastecer a la ciudad, aun cuando tuviera bastantes limitaciones económicas para emprender estos proyectos. Cuando entré en el Ayuntamiento contaba con algo más de 200.000 pesetas y sólo un efectivo de algo más de 1.250 pesetas. La décima de contribuciones era un impuesto municipal de donde procedía este dinero y que solamente podía utilizarse para atender al servicio de aguas. Por tanto, hubo que pedir un préstamo para financiar las Grandes Reformas que financió la Banca Marsans de Barcelona. Con el nuevo alcantarillado y la traída de aguas de Torremolinos, Málaga va tomando visos de gran urbe: se ensanchan las calles, se pavimentan calzadas y aceras. Se abre la Alameda en su centro al tráfico rodado para conseguir la unión del Parque con la Alameda. Se compran los terrenos del Campamento Benítez. Se inauguran las Escuelas del Ave María (ejemplo de Beneficencia privada desde su posición de persona pública). Se abre un dispensario en Huelin. Se colocan barracanes en las playas de Torremolinos. Se sientan las bases del Sanatorio dependiente del Patronato Nacional Antituberculoso.
Se intensifica la limpieza urbana, así como el servicio de Policía Local, estableciendo un horario para cumplir con este servicio. Introdujo que el barrido de las calles se produjeses dos horas antes, para que cuando saliesen los más madrugadores, las calles ya estuviesen limpias, declaró a un diario de la época.
Sugirió a los propietarios de fincas urbanas que adecentasen las fachadas de la ciudad, sin amenazas de multas o sanciones, antes al contado promete suprimir el pago del arbitrio municipal a aquellos vecinos que accedan a pintar sus fachadas.
Participaba de cuantas actividades benéficas estuvieran patrocinadas o estimuladas por la Corporación Municipal: lo mismo en una entrega de ropas del Ropero de Santa Victoria, que en un reparto de premios a los niños pobres, que en la conmemoración de la Fiesta del Árbol de Martiricos o bien en la entrega de unas parcelas de terreno al lado del Guadalmedina a las autoridades pedagógicas. Inauguró un edificio para la Diputación Provincial. Abrió un dispensario en la planta baja de la Aduana. Quizá la obra más llamativa fue la instalación en los solares junto al Palacio Municipal de la «Exposición de Málaga», que resaltó más lucida con la llegada a Málaga de un barco de guardiamarinas portugueses: el Americo Vespucci. Pese a este ambicioso Plan de reformas no dilapidó el Presupuesto. Incluso consiguió reducir los gastos de representación de 20.000 a 12.000 pesetas.
Instituyó un premio de su peculio para el bombero que más se distinguiese durante el año, por su abnegación y heroísmo en los siniestros, consistente en la renta que produjesen 5.000 pesetas invertidos en títulos de deuda que se entregarían el día de San José. Es innegable que durante su mandato como Alcalde atendiera y socorriese a miles de paisanos en forma de vale contra la Caja del Ayuntamiento; una especie de pagaré que él mismo liquidó de su patrimonio al finalizar su gestión y que en modo alguno endeudó al Ayuntamiento (otro ejemplo de ayuda desde la institución sin comprometer a la institución). El 21 de mayo de 1926, el pleno de la Corporación admite su renuncia al cargo. Al mes siguiente, en sesión plenaria y siendo Alcalde Enrique Cano Ortega, le nombran Alcalde honorario de la ciudad haciendo constar que «puso toda su buena voluntad e inteligencia al servicio de los intereses de Málaga, sacrificándose moral y materialmente en el desempeño de su cargo». Quiero terminar este capítulo final con las palabras del Doctor Jiménez Díaz y con las del propio Gálvez. El primero de ellos dijo: «¿Qué enseñó Gálvez? Algo más importante que una técnica o un artículo de revista de base más o menos auténtica. Enseñó cómo debe vivir el médico en su vida profesional y junto a su enfermo impregnado de interés con dulce caridad de fondo y sin inquietudes periféricas».
Y el mismo Gálvez que poco antes de morir confesó diciendo: «Yo que gané millones, bien poco tengo. Bien es verdad que todo lo di. A la hora de mi muerte me asalta la duda de si lo di por caridad o por vanidad». Esta duda pone de manifiesto su profunda humildad.
CONCLUSIÓN
Cuando reflexioné sobre la posible vinculación entre el pensamiento de Concepción Arenal y la acción práctica del doctor José Gálvez Ginachero, me asaltó sólo una duda: la de si el ginecólogo malagueño conocía la obra escrita de la penalista gallega. Andando el tiempo y viendo cómo iba tomando cuerpo el trabajo, he llegado a la conclusión que éste es un detalle anecdótico.
Plutarco escribió las Vidas paralelas y ni Alejandro Magno ni Julio César vivieron en el mismo tiempo. Y digo más: se centró en semejanzas éticas antes que en detalles biográficos. Y es que la fuerza de los hombres, sus inquietudes, sus anhelos y hasta sus frustraciones, se repiten de manera cíclica. Por tanto, teniendo en cuenta que la compasión por hacer el bien a los demás, sea desde un punto de vista filosófico, religioso o ético permanece a lo largo del tiempo por diferentes que sean las circunstancias que envuelven a cada ser humano, la averiguación y el descubrimiento de semejanzas debe de enfocarse desde la naturalidad y no desde la sorpresa. Y ello a pesar de todo. Hemos intentado conectar a una socióloga y jurista con un médico. A una mujer esencialmente teórica con un práctico de la medicina. A una persona que tuvo que sortear todo tipo de obstáculos para poder entrar en la Universidad por su condición de mujer con un hombre que, igualmente brillante, tenía mayor camino recorrido por ser hombre. Y, sin embargo, ¡hay tantos puntos de encuentro! La caridad como deber cívico para Arenal es la razón de ser como hombre de Gálvez. Acaso fuera la prolongación de su misma vida, sustentada en sus fuertes convicciones religiosas. La necesidad de organizar la caridad en el más puro estilo germánico de Arenal, es el ejemplo más palpable en el médico que trata, desde las instituciones públicas que representa, impulsarla, alentarla, estimularla y, en ocasiones, crearla. Especialmente armonizarla, tanto la caridad oficial, como la privada: el Hospital Noble es una buena prueba de cuanto decimos. Las Escuelas del Ave María se promovieron en su etapa de Alcalde de la ciudad, al igual que la Casa de Salud de Santa Cristina de Madrid. En consecuencia, nada hay de casual en todo este comportamiento. Más bien el querer, querer y querer que tantas veces repite Arenal en su ensayo sobre la Filantropía, la Beneficencia y la Caridad. Ese constante voluntarismo que imprime la afirmación de que lo difícil se hace y lo imposible se intenta. Señalan algunos estudiosos que la Beneficencia es la Seguridad Social en estado embrionario: no lo creo. En estos seres humanos que se anticiparon al sistema público de pensiones no contributivas, a las contributivas, a la asistencia Social o a la Seguridad Social complementaria, la Beneficencia es una actitud ante la vida, un modo muy elevado de ser hombres y una razón de peso para existir. El instinto, la razón y el sentimiento que son la expresión de la filantropía, la Beneficencia y la Caridad para Arenal, fueron los tres soportes de la existencia de nuestro ilustre paisano, que bien podría repetir los versos de Fernando Pessoa en un momento en que el laconismo de sus respuestas se hubiese roto.
«No soy nada. Nunca seré nada, pero dentro de mí llevo todos los sueños del mundo«.