La especial amistad médica del Dr. Gálvez Ginachero

[dropcap]E[/dropcap]En el prólogo a una de las dos biografías existentes de D. José Gálvez Ginachero –la de Antonio Urbaneja– escribía yo que recién iniciada en Málaga mi andadura profesional como médico, in diebus illis, frecuentemente oía referir a mis enfermos mayores algunos acontecimientos que tenían como protagonista a D. José y en sus palabras se adivinaba una no disimulada entonación de gratitud, de admiración, de homenaje.

Fue el primer contacto que tuve con la figura de este malagueño ilustre. Muchos años después, rondando el tercer milenio, en la inauguración de la nueva sede del Colegio de Médicos de Málaga, tuve la oportunidad de glosar su figura con motivo de la dedicación de un aula en su honor. Finalmente, en el presente año, al celebrarse el sexagésimo aniversario de su fallecimiento, surge reforzada su figura, coincidiendo de alguna forma con el empeño de la sociedad malagueña en promover la causa de su beatificación.

No es mi intención en este artículo glosar la figura del Dr. Gálvez en cuanto a los hitos conocidos de su biografía: cofundador de la Casa de Salud Santa Cristina de Madrid, Director del Hospital  Civil de Málaga, Alcalde de Málaga, Presidente del Colegio de Médicos de Málaga, Fundador de las Escuelas del Ave María, etc. Mi intención es reflexionar sobre su papel como médico en cada uno de sus actos médicos presididos por una gran carga de valores humanos y humanitarios que trascendían más allá de los propios límites de la patología de las enfermas, invadiendo sus ambientes sociales y familiares.

Pocos años antes de que el Dr. Gálvez tomara la decisión de especializarse en obstetricia y ginecología, la letalidad por partos se encontraba en la asombrosa cifra del 12 por ciento. Muchas de las futuras madres mantenían en silencio muy duros conflictos internos entre la alegría de dar a luz un niño sano y el miedo a morir por sepsis puerperal. Parece ser que fue esta circunstancia, y la posibilidad de poder rebajar la tasa de mortalidad materna, la que finalmente inclinó la balanza en la elección de especialidad médica.

El Dr. Gálvez ejerció en el Hospital Civil entendiendo que la ginecología, como cualquier otra especialidad, no está constituida solamente por mucho de ciencia, bastante de técnica y algo de arte, sino que nada de estas tres variables servirían al objetivo de intentar sanar íntegramente al enfermo sino estuvieran amalgamadas por el valor terapéutico de la palabra, por el trato afectivo desde el primer contacto con la enferma, desde el primer cruce de miradas, hasta el momento del alta médica o, en ocasiones, mucho más allá. La historia natural de la enfermedad la vehiculaba el Dr. Gálvez por los correctos derroteros médicos a través de la palabra, de tal forma que, conformado así el acto médico, era capaz de lograr la hominización de la patología de la enferma, añadiendo un nuevo parámetro al acto médico: la amistad médica.

Helmholtz afirmaba que el médico no debe ni puede ser amigo del enfermo, porque “en cuanto técnico en el arte de curar debe limitarse a establecer un diagnóstico y prescribir el tratamiento”. Para otros sí cabe la amistad si el médico sabe delimitar prudentemente la intensidad de la relación transferencial psicoanalítica. De cualquier forma, transferencial o no, el Dr. Gálvez en su trato asistencial aportaba una buena carga de confianza, de forma tal que ésta era percibida por las enfermas de una forma personalizada, sensación que iba reforzándose a medida que el acto médico avanzaba, dándose pues entonces lo que en sentido estricto se ha dado en denominar ‘amistad médica’. El Dr. Gálvez Ginachero ejercía una medicina muy próxima a las enfermas, en relación muy cercana a ellas, a sus patologías y a las correlaciones de éstas con los condicionantes sociales y familiares. Esta forma de actuar en el trato con las enfermas ha sido refrendado como eficaz, como necesario: la medicina no es efectiva si primero no ha sido afectiva. Vivía y se sentía coprotagonista directo de la relación médico-enfermo.

El Dr. Gálvez lleva a extremos estrictos las notas esenciales de la relación de amistad entre médico y enferma. Entiende que en esta relación suele faltar ‘humanismo’, que no es otra cosa que ejercer el acto médico teniendo en cuenta la esencia antropológica de la enfermedad, ayudando a la enferma a conformarla desde su propia singularidad psicosocial y no sólo a sufrirla.  Por tanto,  ejerce la beneficencia (hacer el bien) en cuanto a lo que el ejercicio de la caridad que practicaba tenía de justicia social, es benevolente (quiere el bien) y muestra benefidencia, expresando la confianza bajo la forma de confidencia y todo ello sazonado con el halo de la humildad, de la sencillez, rasgos que marcó todo un estilo en la práctica médica.

D. José Gálvez Ginachero fue un médico sabio y un hombre bueno, circunstancias inseparables.  Su personalidad estaba dotada de una gran tenacidad –que utilizaba en lograr la mayor excelencia posible–, de una extrema rectitud de carácter, de gran capacidad de trabajo y de profundo sentido de servicio, ligado a su profunda religiosidad. Hoy, nominado ya por la Santa Sede siervo de Dios inicia el camino oficial hacia la santidad, sólo un refrendo de lo que ya posee desde el 19 de abril de 1952.

[person name=»Ángel Rodríguez Cabezas» picture=»<a href=»http://www.galvezginachero.es/wp-content/uploads/2013/04/cabezas.png»><img alt=»cabezas» src=»http://www.galvezginachero.es/wp-content/uploads/2013/04/cabezas.png» width=»50″ height=»50″ /></a>» title=»Doctor en Medicina y Cirugía» facebook=»http://facebook.com» twitter=»http://twitter.com» linkedin=»http://linkedin.com» dribbble=»http://dribbble.com»][/person]

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